18.10.24

[2024] Once años...

Estaba leyendo los recuerdos de FB, a veces lo hago porque me encuentro cosas bonitas. En otras ocasiones veo un algo que por casualidad he ido resposteando anualmente, pero hoy me aparació un texto de Ramon Ortega que marcaba nuestra partida de Madrid en 2013. Un día como hoy hace 11 años dejábamos esta ciudad después de tres años de vivirla, de VIVIRLA, en el plan original eran solo 9 meses.

Me gusta que la vida me de la oportunidad o, mejor dicho, me gusta haberme ido haciendo una vida con oportunidades de decidir sobre lo que me gusta, de lo que quiero y tener esa cierta libertad de ir haciendo las cosas que en ese momento deseo y necesito y que me hacen feliz. Siempre con una red pequeña, aunque tal vez menos de lo que creo, llena de personas bonitas que me hacen reír, que me acompañan y me escuchan, aunque estén a miles de kilómetros a uno o al otro o al otro lado del planeta.

Mantener a esas amistades a distancia no es fácil y tienen momentos, aprender a disfrutar esos momentos cortos o largos, saber que están a un meme o un mensaje de audio de whatsapp de distancia o que a veces están a unos metros frente al Manzanares o con gins en una terraza con gatas cuyos nombres empiezan con T o en la puerta de junto y luego a pocos minutos con perros peludos que filosofan y una niña con nombre(s) griego o nórdicos y que sabes que sobreviven distancias porque ya lo han hecho antes. Esas amistades que te abrazan escuchando y estando cuando las necesitas, aunque el abrazo sea más simbólico que real. Las que encuentras en bares ruinosos, las que conoces de a poco en otros viajes, en otros tiempos, en otros destinos. Están las personas que reencuentras y puedes llamar lagun o maite... Aquellas que te hubiera gustado conocer mejor y que un cumpleaños basta para saber que tal vez un día puedan ser más todavía, que te hubiera gustado, o mejor dicho, que me gustaría. LAs que permanecen, incluso con los cambios y el tiempo. Las que también son familia. Las que no nombre hoy, pero que están allí en los recuerdos de otras vidas.

Muchas que tal vez no saben lo importantes que son para mí, pero intento decirlo más, aunque no me salga fácil. Muchas que son base de mi vida por esas pequeñas redes, esas pequeñas acciones de dejarte pertenecer, esa sensación de sentirme acompañada, de darme cuenta que no quiero títulos en mis amistades, pero que quiero seguir teniendo a todas esas personas incluso más cerquita.

Las ciudades, los países, los viajes tienen a esas personas que tienen otras redes, a otras personas cerca o lejos, que comparten con más, pero que ese pedazo de sus vidas que me dejan tener me hace feliz.

Que con cada cambio he aprendido que los duelos, el soltar, son solo momentáneos, que las personas se quedan o se van no solo por la geografía sino porque hay momentos y hay etapas y permanencias y coincidencias y deseo y añoranza. Que el otoño me trae esa sensación de paz mientras camino por la calle en Madrid con las hojas que caen y el viento suave de la mañana, mientras veo, una vez más, que los ciclos siempre son diferentes, pero que siempre con ustedes son mejores.

La vida empieza muchas veces, escuché, la vida empieza muchas veces y somos diferentes, pero seguimos acompañándonos. La vida empieza muchas veces y esa oportunidad de empezarla aquí de nuevo espero que dure mucho tiempo.


PD Esa es una de las primeras fotos que tomé cuando llegué a Madrid en 2010.



17.4.21

[Marrakech] Después de tanto...

*Nota empecé a escribir este post a final del 2020.

Hoy desperté con ganas de viajar, quién diría que este año sería de pausa. Está bien, aprovecharé estas dos últimas semanas para escribir de algunos viajes pendientes. Muchísimos porque en realidad dejé de escribir constantemente hace años, sin embargo es algo que me gusta, que me ayuda y que en algún punto espero recuperar. Claro, es más fácil subir fotos, stories o lives a redes sociales que escribir un texto, buscar las fotografías más claras para narrar una pequeña historia de recuerdos a la distancia. Pero, escribir también es un ejercicio de recuerdos.




Escribir en el post cada tanto y después de tanto tiempo de cada viaje hace que me olvide las calles o los nombres de los restaurantes, pero justo hace unos días el restaurante desde el que tomé la primera foto envío un correo contando sobre su pronta reapertura. Una recomendación es reservar en los lugares más turísticos para comer porque es casi imposible encontrar lugar, dos de ellos Nomad y Naranj.

Marruecos o en realidad Marrakech fue un viaje muy esperado que siempre habíamos pospuesto por el calor o por priorizar algún otro lugar. Me hubiera encantado poder ir al desierto o conocer otras ciudades, pero nuestros 4 días en Marrakech fueron un gran viaje. Fue nuestro primer contacto con "algún lugar en África" y nos sorprendió. Es una mezcla de altavoces con rezos y mezquitas, con olores de comida y especias, ruido y música, lugares extremos de una puerta a otra en todos sentidos.

La llegada no fue sencilla, llovía, se nos olvidó por completo sacar dinero y las Master Card no funcionan muy bien al parecer porque fue imposible lograrlo. Saliendo del aeropuerto entre la arena en el piso y el agua me caí y tuve una rodilla morada los siguientes días. El mercado siempre con gente y un tanto polvoso se convirtió en lodo y charcos, no muy limpios y la experiencia incluía carnicerías entre los puestos. Sin embargo, esas mezclas y contrastes fueron parte de lo interesante y hermoso que puede ser a la vez.

Nos quedamos en un riad, esos edificios clásicos que encuentras entre los callejones y que tienen un patio al centro. El desayuno, una mezcla entre marruecos y un desayuno más occidental. Desde la terraza se escuchaban los pájaros y los rezos.


Comimos en un lugar muy tradicional, pero como turistas y en las mesas de arriba, porque abajo en el primer piso era casi para locales. Lo primero es encontrarlo entre las calles del mercado. Probamos los dulces, pastelitos locales y tradicionales. Comimos cuscús y tahine, probamos el pan y tomamos té. 

Terrase Bakchich

Naranj

Este café des Épices es un clásico de la zona de las especias del mercado. Es un sitio lindo, tranquilo y con buena comida para "picar" algo. En la foto está la tetera, diría que es casi imposible consumir alcohol y la gente toma té de hierbabuena todo el tiempo, cuidado con el azúcar porque ponen  cubos y cubos. Eso sí es delicioso y siempre tienen sus cubiertas tejidas para las teteras.

Café des épices


Lugares maravillosos como el Museo de  Yves Saint Laurent y su helado de azafrán, con su entrada carísima, pero con una colección hermosa. Cada uno de los palacios o demás "atracciones turísticas" tiene un costo igual de 70 dirhams, unos 170 pesos mexicanos, que se pagan en efectivo. Fuimos en noviembre, el clima estaba muy decente y hasta suéter en la mañanas se podía usar. Había filas en los palacios, pero no las que se describen en otras fechas del año, de cualquier modo durante la fila siempre hay algo que ver y gatos que hacen compañía.



Diría que hay que perderse en Marrakech, pero con cuidado porque literal sí te puedes perder fácilmente entre sus callejones. No hay internet en los teléfonos europeos en general o hay que pagar mucho por él, así que lo más sencillo es descargar el mapa de Google para usar sin conexión.

Hablar francés o inglés ayuda, pero las señas siempre salvarán. Y, un callejón más implica encontrarte con una tienda de telares que hace las pashminas más lindas del mundo o con ese cafecito que tiene el mejor sándwich.


Las tumbas saadíes, el Palacio de Bahía, el palacio El Badi, cada uno más impresionante que el anterior. La ciudad se siente segura en general, aunque seguí todas las instrucciones al extremo de no interactuar con los vendedores insistentes y no tomar fotos en la plaza principal para evitar cualquier tema. Las cobras y otros animales están ahí todo el tiempo y es una sensación un poco triste verles a los pobres. Aquí después de la foto perdí un suéter que me encantaba, por si lo ven es fiusca. 





El hotel en el que nos quedamos fue Marraplace y estuvo bastante bien en precio y ubicación porque no fue tan complejo encontrarlo y eran muy amables. En este viaje reservé hotel y transporte de ida y vuelta por Booking y funcionó excelente, nada patrocinado, solo para que tengan una opción :)

Puede que este no sea el post mejor escrito, con más datos o inspirado, pero de otro modo se queda otros seis meses guardado y mejor así, les conté poquito, pero me acordé de mucho. Y, como siempre ya quiero volver a viajar.

Como nota adicional y dato curioso, me gusta recordar a esas personas que hemos conocido en viajes y con las que compartimos espacios, pero nunca volvimos a ver porque eran personas de viaje, con las que en ocasiones no intercambiamos contactos por mejor que la hayamos pasado. El chico coreano en Lisboa, los argentinos en Atenas, una mexicana en Marruecos, un alemán en Copenague... y más.

30.12.20

[Reto "Como agua para chocolate"] Tortas de Navidad

Hace unas semanas publiqué un tuit en el que decía que ya iba siendo hora de leer  "Como agua para chocolate" por quinta vez y que lo curioso es que no tenía una copia propia. Claro que releyendo el blog me di cuenta que en realidad sería la sexta. Unos días después llegó a mi puerta un regalito que me hizo muy, pero muy feliz, una copia de "Como agua para chocolate", muchas gracias S. Por cierto, sí pondré más seguido mi lista de deseos en internet, porque resultó que A. ya me había comprado otra copia (ahora podrás leerlo y contarme).

Leer "Como agua para chocolate" no solo es leer una novela que me gusta, es leer sobre comida, sobre tradiciones, sobre mujeres, sobre cultura, sobre historia, sobre amor, sobre educación, sobre género, sobre nosotras. Así que sean team Tita o team Gertrudis, el libro tendrá algo más, algo nuevo siempre, con cada lectura. 

Dice NLE que hay demasiados libros que leer en el planeta como para releerlos, y puede ser que tenga razón, pero para mí, como ya dije alguna vez aquí, siempre habrá libros de cabecera. Y, como siempre he intentado hacer mi reto tipo "Julie and Julia", pero con "Como agua para chocolate" esta parece ser la ocasión ideal, pandemia de por medio. Sí, es verdad que Julie comienza a escribir el blog y se pone el reto de las recetas porque estaba en crisis existencial, creo que escribir siempre tiene una parte de catarsis, siempre, pero en este momento, a pesar de, casi todo parece estar en orden por aquí. 

Esta vez no solo pensé en empezar mi reto de recetas, lo empecé. Claro con la receta más sencilla del libro y adaptada a mi realidad, me preocupa un poco cuando llegue el turno de las recetas poco adaptables como las codornices. La primera receta las "tortas de Navidad" ya la habíamos intentando hace unos años con mi madre, pero no me acordaba de ello hasta que las probé, tal vez la memoria de los sabores, cosa que hasta en Ratatouille queda clara, porque existen en nuestra memoria.

Así que me daré todo el largo 2021 para hacer las recetas del libro, tal vez con excepción de los fósforos, lo digo desde ahora. Todas las recetas estarán medio adaptadas, así que no me juzguen, al contrario de Julie, a mi cocina, no a mí, no le va seguir con detalle las recetas o las reglas. Ahora que lo pienso tal vez sea el único espacio en el que no sigo las reglas tal cual y por eso me parece tan desestresante, feliz y liberador cocinar. Y claro por frases como esta el blog es "terapia".

Así que acá la primera receta, las "tortas de Navidad" que desde ahora digo son un sabor diferente, pero me quedaron "rebuenas". El primer paso es picar la cebolla, así nació Tita en la cocina, entre lágrimas que luego formaron costales de sal, así que intenten picar cebolla y no llorar o aprovechar, como dicen por ahí, "la lloradita" picando cebolla.

Y, bueno, este sería el momento del post de fin de año, de año nuevo, pero en vista de... no hay listado de viajes, aunque sí lo hubo y espero escribirlo pronto para no olvidar los detalles de Sao Paulo. "We will travel again".



Tortas de Navidad 

Para tres tortas

3 bolillos o teleras

1/3 de lata de sardinas en tomate (no tiren el "caldito")

1/3 de bolsita de chorizo vegetariano

1/4 de cebolla

Chiles en vinagre


Pican finita la cebolla, lo que las lágrimas les permitan ver para no cortarse y la ponen a freír con poquitito aceite a fuego bajo hasta que quede transparente, huela rico y ya no lloren. Después, agregan el chorizo, el mío era vegetariano, así que no tarda nada en quedar listo, pero si el suyo es normal que se haga bien. Una vez listo, agregan las sardinas, yo las puse completas y las deshice en el sartén agregando unas 4 cucharadas de su líquido. Remuevan hasta que quede todo bien juntito. Mientras tanto los bolillos ya deben estar listos para rellenar. La receta dice que dejen descansar el guiso antes de rellenar, pero yo tenía hambre y solo las dejé esperando unos minutos. Después de armar sus tortas las meten a calentar unos minutos y al salir le añaden los chilitos al gusto -no abandonen a las zanahorias, que sienten feo-. 

Y, así en unos 15 minutos tienen las Tortas de Navidad listas. El resto de las recetas tardará bastante más en hacerse, pero por intentar no paramos.

Que el 2021 venga con cosas bonitas individuales y colectivas, que nos dé responsabilidad colectiva y esperanza por una vida mejor para todas las personas. Ah, y sobre todo, que venga con muchos sabores y todos los viajes pendientes.

27.6.20

[Viajes] Los recuerdos, las saudades, el futuro

Escribir nunca es fácil, para mí es sentirme "bien", sentirme de algún modo con esa sensación de tener algo que decir, algo que siento que debo poner en palabras. Tal vez sea este sábado que empecé con libros y con Vetusta, con recuerdos, con más de 100 días en casa, de una vida diferente, en la que tengo esas terribles saudades madrileñas, pero que hoy son saudades por todos esos lugares maravillosos del mundo. Cada uno con sus cosas perfectas y con sus difíciles o tristes, pero cada uno con cosas diferentes, impresionantes, nuevas o con recuerdos.

Tengo días pensando si los recuerdos por plasmar son Londres y Oporto o Marruecos o simplemente las calles de Madrid. Lo más faćil es empezar por el final, por São Paulo o por los recuerdos de lo que no pasará pronto, Oaxaca. Pareciera que agosto y Oaxaca están destinados a no ser.

Estoy oyendo a Vetusta: "ya es hora de replegar las alas rumbo a casa" y pensaba en ello cuando le decía a Adela que me recordaba cuando acá escribí esa serie de despedida madrileña hace ya "todos esos años", pero al final Madrid nunca te deja por completo.

Los viajes, cada uno, nunca se van, nunca se olvidan los paisajes, los olores, los sonidos, aunque a veces nos los recordemos. 

Dice Kapuscinski en "Los viajes con Herodoto":

 “…el viaje no empieza cuando nos ponemos en ruta ni acaba cuando alcanzamos el destino. En realidad empieza mucho antes y prácticamente no se acaba nunca porque la cinta de la memoria no deja de girar en nuestro interior por más tiempo que lleve nuestro cuerpo sin moverse de sitio. A fin de cuentas, lo que podríamos llamar «contagio de viaje» existe, y es, en el fondo, una enfermedad incurable.”

Así que consideraré que sigo viajando, que seguimos conociendo a través de los recuerdos, de las cosas que se aprenden buscando la dirección de aquel café o el nombre de la música que escuchaba en la orilla del Duero, del recorrido de museo que me dieron en portugués solo a mí, porque no había nadie más en ese día y a esa hora, en la fila de dos horas para probar "las mejores gyozas de Tokio" o los viajes en 2011 en los que sin la libretita de indicaciones no hubiéramos llegado a ningún lado porque vivíamos sin smartphone, a aquellos meseros de un bar de Córdoba que me buscaron la dirección del hostal y casi nos llevaron a la puerta, la noche en el aeropuerto de Roma con mucho frío y un esguince, la tormenta de nieve en una carretera parisina y caer al dar el primer paso en Marruecos, ese rincón de mar en Lisboa y la Torre de Belém, mi querida torre, estar frente a la Moneda y caminar lentamente encontrando a Allende en las calles, el mercado en Oaxaca, sus pueblos y "la plaza más viva de este país", siempre con sus globos y los buñuelos que entran por las ventanas, los viñedos infinitos de la Rioja y los rezos de noche en Marruecos, la historia del mundo en Berlín, la tristeza infinita en Hiroshima y la grullas de esperanza, las noches frías y la migraña por altura en Bogotá, el aeropuerto sauna de Panamá, la neblina de Xalapa y la lluvia de Cuetzalan, las hojas de otoño en las calles de Madrid, las noches de mercado de Navidad en Estrasburgo, Abbey Road acercándose a la Tardis en Londres, las papas fritas con mayonesa de Bruselas, los canales de Ámsterdam y los trenes de La Haya, las esculturas en Copenague, las cenas de Navidad en Florencia, los bares de Sao Paulo y la Real Biblioteca de Río, los miles de pasos la primera vez en Nueva York y los lugares reconocidos a la vuelta, el agua helada en los pies de ese paso por Salem, los recuerdos de esas semanas en Boston, las idas y venidas al sur con papadzules incluidos, Valparaíso con sus grafitis y su luna llena, Washington y Sevilla con sus guías de turistas y Granada con la nieve en las montañas, el mar en Edimburgo, las sopas de Glasglow y la Catedral que guarda siglos y siglos en sus paredes, Los Ángeles y el curry verde, San Francisco y sus contrastes, la exposición en su museo que engañaba la vista, los encuentros con el pasado en Izarra, Ensenada y sus sonidos de olas contra las piedras, San Diego la perfección que puede ser un error y el beisbol cerca del mar, Dublín y "la chica del tren" en un bar de hostal, Puebla con su biblioteca, Monterrey con la distopia en un museo, Querétaro y el amor a distancia, Atenas y los filósofos que susurran en el Partenón, Lima y el puente de Chabuca, el castillo de Trujillo escondido entre las nubes, la pirámide del adivino, Van Gogh por los museos, las surrealistas en el Reina Sofía, Busapest y el violín junto al Danubio, Toronto y volver de noche sola, segura, Malinalco y los viajes del pasado y la gente que llega para quedarse, San Cristóbal siempre desde antes de llegar y Palenque con sus pirámides aún bajo la tierra, el calor insoportable del aeropuerto de Miami, la noche helada en el río de Providence, la pizza en Chicago, el cliché hecho amor, Los Cabos y el amor en la orilla del mar, Villahermosa y su pejelagarto doble, Michoacán, el coche prestado, el coche descompuesto, el aventón de un pueblo a otro, Milán y los martinis, Boloña un paso sorprendente, San Sebastián siempre, siempre por volver, Aveiro con las dunas y sus casas de colores, Braga y los mil escalones, Santander y Fuente Dé, Valencia los roadtrips y la ciudad de las artes, Nikko el lugar en donde el viento aún se escucha en los árboles, el viento de Totoro, el viento que dice que todo estará bien, que solo son cambios, que vendrán más recuerdos, que viviremos nuevos cada día, que seguiré viviendo los que aún no suceden mientras los imagino, mientras los espero.